El Presupuesto 2026 presentado por el gobierno argentino no es solo un conjunto de cifras. Es una declaración ideológica. Y como toda ideología, merece ser analizada no solo por lo que dice, sino por lo que omite.
Proyecciones con poco fundamento
Se proyecta una inflación del 10,1 %, un dólar a $1.423 y un crecimiento del PBI del 5 %. Cifras que, en el contexto actual de recesión, caída del consumo y ajuste fiscal, suenan más a deseo que a estimación técnica. Incluso medios económicos como Forbes Argentina reconocen que el presupuesto tiene un “sesgo optimista” y que “los mercados esperan más detalles” para evaluar su viabilidad. El Cronista Comercial advierte que “las metas exigidas por el FMI podrían generar tensiones fiscales y sociales”, mientras Ámbito Financiero se limita a reproducir las cifras oficiales sin emitir juicio, lo que en sí mismo es revelador.
Pero más preocupante que la fragilidad técnica es el marco conceptual del presupuesto. El dogma del déficit cero se ha convertido en un mantra que reemplaza el pensamiento estratégico. No hay indicadores de pobreza, ni de desigualdad, ni de acceso a servicios básicos. No hay metas de inclusión, ni objetivos de desarrollo humano. En cambio, hay recortes, hay veto a fondos universitarios, hay motosierra para lo público y blindaje para lo financiero.
El presupuesto más allá del dogma: ¿y donde están las personas?
Desde una perspectiva polanyiana, este presupuesto representa una economía desincrustada de la sociedad. Karl Polanyi advertía que “la idea de un mercado autorregulado es una utopía que desintegra los vínculos sociales”. Y eso es lo que vemos: una economía que se presenta como técnica, pero que en realidad es profundamente política. Una política que no protege, sino que ajusta.
Amartya Sen, por su parte, nos recuerda que el desarrollo debe medirse por la expansión de las libertades reales de las personas. ¿Qué libertades se expanden cuando se recortan fondos para salud, educación y jubilaciones? ¿Qué capacidades humanas se fortalecen cuando se prioriza el equilibrio fiscal por encima del bienestar colectivo?
Mariana Mazzucato iría aún más lejos: criticaría que el presupuesto no tenga una “misión transformadora”. Para ella, el Estado debe ser un actor estratégico que invierte en innovación, infraestructura y valor público. Un presupuesto que no detalla cómo se va a invertir en ciencia, tecnología o transición energética no es un plan de desarrollo: es una planilla contable.
Ni los especuladores le creen al gobierno
Ni siquiera los especuladores creen en este presupuesto. El famoso carry trade, ese juego de vender dólares para invertir en pesos a tasas altas y luego recomprar dólares con ganancia, está perdiendo adeptos. Las tasas bajan, los bonos se desploman, el riesgo país sube y el mercado opera a ciegas. El presupuesto, que debería ofrecer señales de estabilidad para atraer capitales golondrina, genera lo contrario: incertidumbre, fuga y desconfianza. Es un ajuste que ni siquiera garantiza rentabilidad para los jugadores de corto plazo. Un presupuesto que no seduce ni a los especuladores es, en términos financieros, un fracaso sin matices.
Este presupuesto es una excusa
En definitiva, el Presupuesto 2026 no presupone el bienestar de su gente. Presupone obediencia fiscal, disciplina monetaria y fe en el mercado. Es un documento que confunde austeridad con virtud, y eficiencia con justicia.
La economía no es una hoja de cálculo. Es una forma de organizar la vida. Y si el presupuesto no mejora esa vida, entonces no es un plan: es una excusa.
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